21 de Febrero.
"Lacrime d'amore?
Sono le kiù belle" -dijo él-.
Tenía razón, pero no dejaban de ser a su vez agridulcemente dolorosas.
Caes, caes y caes en un aterrizaje violento.
Te sientes en la habitación incómodamente blanca de la que no quieres ser protagonista.
No quieres que aquel foco gigante te apunte, actúe como un espejo que confiesa todos tus defectos... ¡No! No quieres que nada ni nadie te obligue a abandonar tu estado de desganana y disgustado.
La adivinanza de que eres vulnerable debe de permanecer por siempre en secreto.
Recuerdo cómo aquel que todos lo percibimos, en nuestro primer año de universidad, como un camelador nato con aires macarras (y la primera de ellas era totalmente su esencia), decía que recuerdo cómo dibujó para representar lo que el sustantivo Tristeza denota un tren. Dibujó un tren, nunca se me ha olvidado. En su momento nadie lo compartió íntegramente.
Ahora era yo quien viajaba en ese tren. Quizás después de esto yo también lo dibuje. Me siento muy triste.
Dejas atrás el Vesuvio, de impetuosa presencia, monstruo de dos cabezas; la habilidad de sucumbir con palabras; tu otra cereza; y parte de tu corazón.
Como aquel Julio. La misma estampa, sólo que hoy llevo abrigo y bufanda.
Tengo el corazón cada vez más pequeño.
Pero volveré tantas veces que me quedaré sin él. Estoy segura.
Seré una superviviente del desapego.
"A."