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martes, 22 de noviembre de 2011

Io vivo nella casa delle cravate.

Eran las 20:15 horas de este sábado pasado, y hacía un frío de enrojecer narices. Había ya salido del centro storico della città, y a partir de ahí todo está un poco más oscuro y mis ganas de llegar a casa crecen. Ligeramente, no quiero exagerar, pero generalmente lo vivo así.
No sé por qué, de repente me dio por mirar a mi izquierda. Había unos contenedores fijos, que cada día están allí, pero entonces había algo que llamaba especialmente.
Bah, sólo era una bolsa de papel color ocre oscuro, o marrón claro; esas con las que en las películas americanas se hacen compras gigantescas y yo siempre me pregunto si serán realmente tan resistentes. En fin, era una de esas características pero muy pero que muy grande, y con sus dos asas. 
Estaba rota, y una avalancha de un no sé qué caía suavemente. Yo, más que curiosa, me decidí a meter mano. Todo esto pasó en unos díez segundos, pero pasó, creo que sabes de qué habló.
Eran unas treinta corbatas, y una decena de pajaritas. De todos tipos y colores, tejidos y formas. Las pajaritas, de lo más atrevidas; y las corbatas formaban colecciones enteras de ejemplares diversos y familias al completo. Como la de las corbatas de punto, con todos sus miembros "calcaos", idénticos, pero de diferente color.
Pensé que un señor anciano, adinerado, y elegante había muerto, y querían desprenderse de sus pertenencias consideradas insignificantes. 
Pero después me acuse de pensamiento frío, ¡las cosas de los muertos no se tiran!
Así que intuyo que el dueño de éstas se haya cansado de llevar una vida trajeada. Creo se haya cansado de lo que antes era su armadura. Y ahora supone un gatillo. 
Que le apretaba una pronunciada nuez, y no le dejaba respirar. 
Por fin se había desnudado, y había tirado sus zapatos viejos.

"A."

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