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sábado, 27 de noviembre de 2010

El porqué de las cosas.

Tenía un gran amigo (que ahora pasaría a considerar lo que comúnmente se denomina "conocido", no por nada, sino por la simple no coincidencia en espacio-tiempo... blablablablablablablablabla, ¡en fin!) que desde cuando era pequeño, pequeñísimamente diminuto, no quedaría nunca conforme con una respuesta incógnita.
Acostumbramos a endulzar la realidad de los niños adornándola con voces que simulan las suyas (tienen que creer que somos inmaduros), explicaciones aveces demasiado obvias para llevar el cargo de deber explicar y una Navidad ,sobrecargada de luces y esperpento, que se eterniza a toda una infancia. Hay curiosidades acerca de la realidad que tienen sencillas y/o sinceras respuestas. Mirad que interesada se sentía la pequeña Miss Sunshine sobre la verdad del problema de su querido tío.
El caso, que el pequeño J. se sentía tan abrumado por el batallón que cada día protagonizaban sus nuevos interrogantes que no dejaba de preguntar. ¡Fijense que agotamiento! Andar continuamente debajo de las faltas ,o de las barrigas, de los adultos mientras ellos siguen a lo suyo tiene que ser un auténtico coñazo. ¡Hablemos en plata!
Pero claro... Puede ser que el pequeño J., la pequeña Miss Sunshine y todos los pequeños habidos y por haber en el alfabeto esperanto despierten en el mundo adulto marmotas que hubiésen permanecido en modo ronquido toda su vida.
Pues bien, el regalo perfecto para regatear un ¿Por qué? es El porqué de las cosas.
Todavía este libro ocupa un hueco importante en la librería del salón de mi querido J. Importante porque supone un artilugio más al que quitar el polvo cada semana. Desde aquel cumpleaños.
Lo recuerdo con cariño.
                                                       La foto es en una mercado de calle, Magia en Bucarest.

 "A."

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